




El universo gráfico que nos propone Hellen Van Meene, transcurre por las sendas de las miradas perdidas. Esas miradas atrapadas en el infinito, en el shock post-traumático, en una realidad paralela que suele ser indescifrable y ambigua para el resto de los videntes, que intentamos con nuestros ojos, llegar a ese rincón esquivo donde estos personajes se concentran. Es en ese lugar donde la tragedia, los deseos, las ilusiones y las derrotas se entremezclan, se confunden, pierden profundidad de campo y tan solo el silencio y el tiempo, es capaz de recolocarlos en su lugar.
Los inocentes de su propia tragedia presentes en estas fotografías, están a punto de emprender un viaje desdichado, sin retorno. Un periplo en el que la soledad, la teatralidad y los roles adquiridos, los llevan a convertirse en adultos, pasar ese estado traumático que es la adolescencia y abandonar para siempre el tiempo de la inocencia. Una infortunio anunciado a través de una luz fría y desapasionada, donde los modelos son petrificados en poses antiguas y renacentistas, y donde sus miradas perdidas se cristalizan en un gélido instante infinito.
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